Cada día se desenamoran millones de seres humanos. No importa si son inteligentes, necios, guapos, feos, jóvenes, viejos, ricos, pobres, creyentes, ateos, blancos, negros, amarillos… Aunque un amor no (bien) correspondido puede llegar a ser tan doloroso como la muerte de un ser querido, desenamorarse es tan “sencillo” que al final todos lo conseguimos.
Algunas personas creen estar capacitadas para enamorarse, a la vez que incapacitadas para desenamorarse. Paradójicamente, estas mismas personas, ya se han desenamorado en varias ocasiones. No hace falta argumentar nada contra esa supuesta incapacidad.
Todo aquel que se haya enamorado, podrá desenamorarse. De hecho, todos los enamorados acaban desenamorándose. Aun contra su voluntad, los más bellos e ideales enamoramientos correspondidos, terminan por desintegrarse. No falla. Matemática. Nacer supone morir; enamorarse supone desenamorarse. No son procesos independientes que existen por y para sí mismos, tienen más de complementario que de opuesto; son evaporación y lluvia de un mismo ciclo: dos de los procesos de otro proceso.
Puedes comprarte el gatito más bonito del mundo; pero por más alimento, medicinas y cariño que le des, algún día morirá. El gatito no es inmortal. Con el enamoramiento sucede igual: Lo imposible es hacerlo eterno.
Conseguir desenamorarse es lo natural y no conlleva ningún problema verdadero, sólo se necesita estar enamorado y darle a su curso y discurrir espacio y tiempo.
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